miércoles, 19 de mayo de 2010

Yo no sé

La señora del coche acaba de bajar las dos escaleras que dan al patio, siempre es igual cuando son las 5:11 de la tarde. A esta hora salgo a estirar las piernas y el estómago porque no hay nada mejor que comer algo con el estómago vacío. Ahora le toca doblar a la derecha. Dobla a la derecha. Siempre el mismo recorrido, toda la gente ya la conoce porque sale a pasear un coche vacío y da 5 vueltas al patio. Aun que la verdad es que todos nos conocemos y sin saber nada del otro. Acá las voces están tan ocupadas que caen como manzanas maduras al piso, no tienen tiempo para fluir. La gravedad se lo traga todo. Yo no sé nada de nadie. Quizás siempre quiso ser madre, o quizás lo fue y ya no. La Rosana se está pintando hoy las uñas de color verde sopa de verduras. La mejor parte del día es la ducha. Y me quedan unas 10 bolsitas de té más para cubrir por completo mi pared. El llamado de Gregorio siempre interrumpe algo y me fascina, sólo grita cuando necesita algo. Ya no habla el pobre y no sé si es porque ha llegado al nirvana de los viejos y se dio cuenta que las palabras se las lleva el viento o porque el gordo del Martín le comió la lengua. Allá va Rosana de nuevo, lo agarra del brazo y lo trae al patio. A veces canta. Canta muy raro el señor Gregorio, generalmente son muchos gritos distintos juntos. Pienso regularmente en su muerte, sé que él estaría feliz y al fin podría hablar. La señora Marta en cambio, no hace nada. Se pasa todo el día mirando sus plantas. Yo sé que quién nos viera diría que somos seres muy útiles, que todos calzan tan bien aquí. ¡Malditos sean los días exactamente iguales a los de mañana! Esta seguridad es espantosa.
Hoy escuché que otro señor nuevo grita como el viejo Gregorio. Yo no quiero ser como ellos, no quiero tener que callar por siempre sabiendo que tengo boca. Aun que son solo suposiciones, nunca me he mirado al espejo. Y nunca lo haré. ¿Para qué? Me basta con saber que existo, o al menos que pienso, porque de vivir no tengo nada, además no le creo a los vidrios. Dicen que no hay que creerle a nadie. ¿Cómo entonces voy a creerle a un espejo? Es estúpido. Es solo un dibujo que se le ocurrió hacer a un artista aburrido. Ahora viene la Juana, viene directo hacia mi. Me tomará del brazo y me dirá ¿Qué ha estado pensando hoy? Yo le responderé sin abrir mi boca, le diré que he estado pensando en lo feas que son sus patillas y en que me gustaría ser el bebé perdido de la señora del coche. Apuesto a que es libre, apuesto a que no lo sacan a pasear en coche. Me acaba de pasar una bolsita de té usada. Esto me alegra el día. Si alguien metiera sus mugrosas manos en mi pared de bolsitas de té lo mato de nuevo, lo juro. No sé por qué me mira así la Ana. ¿Quién dejó las luces prendidas? Ven para acá, me dicen. -Que el diario llegó y lo quieren leer. Yo insisto, ¿leer qué? Es estúpido. Son solo cuentos que se le ocurrió hacer a un escritor aburrido. Ahora viene Martín y me mira con una sonrisa inocente, con la luz se ve peor. Salió corriendo a buscar a la Juana que está aquí al lado mío. Es obvio que salió una monja o uno de esos presidentes que le gusta en la televisión. Pobre hombre, gordo y rallado. Yo no sé que hace aquí.
Acaba de entrar una señora con un coche vacío, quizás vino a preguntar si hemos visto a su hijo. No sé qué estaba haciendo yo en el pasillo hace unos segundos. Ah, iba a hacerme un té. Sí, porque tengo una bolsita en la mano… pero está usada. Seguramente me lo preparé ahora mientras pensaba qué estaba haciendo con una bolsita de té en la mano. Seguramente me lo tomé tan rápido que no me di cuenta.
La noche vino y todos los personajes suponen estar en sus dormitorios durmiendo. Las voces de las personas salen solo en las pesadillas. Se escucha en los pasillos oscuros, súplicas, lamentos y confesiones de todo tipo. Son voces claras y fugaces que no son escuchadas por nadie.
Veo el cielo y la última parte de las cosas, yo no soy quien me lleva. Estoy frente al portón, lo sé porque reconozco las puntas filudas negras. No puedo creer que esté dejando todo esto atrás. La señora Marta es la única que estuvo, pero no estuvo conmigo ni con nadie, si no con sus plantas. La Marta es la rueda que sigue girando después de la catástrofe, eso es ella. Los otros desaparecieron todos, yo solo hice lo que tuve que hacer cuando vi que venían a arrebatarme lo que he creado con mis propias manos. Me da pena haber ensuciado el piso con sangre por defender mi pared y ahora no estar allá. Pero estoy aquí, y aquí no he estado nunca. Veo una calle, veo casas, veo edificios, veo que estoy soñando, veo que nunca me moví, veo que la pared sigue igual, veo las patillas de la Juliana que me mira con cara de “Buenos Días”. Pienso que mi garganta está más seca que la Peperomia de Verónica. Las pastillas que me dan para dormirme no solo sé que me las dan porque ¿Qué otra cosa puede ser? ¿Qué más me podría estrangular la garganta con tanta rabia sin que yo me dé cuenta del instante? Antes pensaba que era angustia pero ahora pienso que me estaba confundiendo y obviamente son las pastillas. Pronto estas me van a matar. Ya lo dije, pero nadie me escucho, entonces no saldré de acá.
Ninguna Julia me moverá. Yo lo veo con mis propios ojos todas las noches, la gente es mala. Quieren quitarme lo único que tengo afuera de mí. Y las bolsas no. Primero que sea yo pero mis bolsas de té jamás. “Esto es la guerra”- dijo ayer el presidente que salió en la televisión, fue lo único que pude escuchar. Y todos le creen a la pantalla.
El día pasó y pasó la noche y pasó el día y la noche, y después el día de nuevo y la noche después, de nuevo el día y para variar la noche. Llegó el día y justo cuando llegaba la noche llegó el día de nuevo, y la guerra no era entre nadie. Nadie tenía la intención de ir a derribarle la muralla ni de robarle las bolsas de té. La guerra era entre el día y la noche. Nada más.

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