Yo pienso con qué ojos mirar a tus hijas por última vez. La última sonrisa, la última risa que iba a escuchar, el pelito brilloso, esa mirada joven de las dos, todavía con esperanza. Vómito de sentimientos.
Despertar y decidir que sería el último maldito día de su vida, de su desgraciada vida. Cuando a fruta se pudre, no hay nada que valga la pena salvar. Toda la carne se oscurece. No se puede ser fuerte ni se puede ser delicado. La paciencia a veces también se pudre. Y no hay quién lo pare.
Sé como es vivir en una casa infectada, las paredes de tu pieza se van poniendo negras y le van saliendo hongos. La cama es un mar, el piso es un mar. El techo se va cayendo hasta aplastarte. La puerta abierta es un suicidio. La ventana parece ser lo único que te alienta. Y asi empieza, se va doblando el papel. Vivir rodeado de hongos no es facil. En situaciones así he mirado desde muchos balcones, siempre me ha gustado acercarme a las orillas de todo y ver como se ve el suelo a distintas alturas. Mi vida en el reino fungi transcurrió en el tercer piso. La altura nunca fue demasiada, ni si quiera en los peores momentos. He mirado desde el piso 13. Es un piso especial. Ahora que recién lo pienso, es ovbio que mi papá lo compró por que era mas barato. Nadie quiere vivir en el piso 13. Pero para mi no es el número si no la vivencia. Y mirar desde el piso 13 para abajo siempre me parecio una locura fascinante, ya el piso 13 es muy alto. Y también cuando subo al 17. ¿Pero el piso 21? No, en ese piso nunca he estado...
(23 de diciembre)
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